miércoles, abril 21, 2010
Lluvia ácida
Amparo, mi vecina dice que destienda las sábanas del patio de luces, que va a llover, y como según ella "las partículas del volcán están en suspensión en el aire cuando explote la tormenta lo hará en forma de lluvia ácida y a ver quién tiene narices de salir sin paraguas, nena, saca las sábanas que te vas a quedar sin ellas".
Tengo sábanas amontonadas desde hace una semana. No las lavé antes porque llovió y no las lavé ayer porque tenía mucha ropa por lavar y tenía la ropa prioridad. Miro por la ventana y veo los dos conjuntos de sábanas balanceándose sobre las cuerdas. Secándose poco a poco. Cuánta tela hay, cuánta tela para mí sola, tela que se enrolla como una boa por las noches y sube desde mis pies hasta asfixiarme el cuello. Vueltas dan las sábanas sobre mi cuerpo cuando supongo yo se mueve asustado o excitado por un sueño, sueño que no consigo nunca recordar. No me acuerdo de los sueños, hace tiempo ya. Quizás será lo mejor, no acordarme de lo que por las noches salta el telón de mi propia censura y se pone a bailar delante de mis ojos en una danza macabra. Supongo que será así porque tengo las encías a punto de explotar. Me levanto por la mañana, desenrollo las sábanas de mi cuerpo y me descubro mordiendo todavía ferozmente la placa de descarga de los dientes y con un sueño que sólo quiero que la sábana se vuelva a enroscar de la misma manera que lo hizo de noche sobre mi cuerpo.
Tanta tela y nada que cortar. Me pregunto por qué últimamente llueve tanto, será que es primavera y es verdad que es tiempo de que llueva, pero no me apetece. El otro día me corté el pelo, el corte de siempre. Mientras me cortaba el pelo mi peluquero cerré los ojos, no quería ver el proceso. En un momento dado medio abrí un ojo y me sorprendió la imagen. Por fin después de mucho tiempo era yo la imagen que me devolvía el espejo. Ya no me sentía una extraña muy parecida a mí. Una falsa ilusión se apoderó de mí, me puse tan contenta que no cabía en mí de la felicidad y me dediqué un buen rato a acariciarme la cabeza, como si por un lado fuera una madre que acaricia con amor a su hija y también fuera la hija que cierra los ojos de placer por sentir todo el amor de su madre. Le dije a mi peluquero que me había hecho la persona más feliz del mundo, se puso muy contento el chaval, aunque cuando volví a casa y me lo miré mejor ya no me gustó tanto, me hubiera gustado más escalado. Pero lo importante es que me volví a ver... volvía a ser yo.
Y esperando estoy a que las sábanas se terminen de secar antes de que caiga la supuesta lluvia ácida, con un dolor de cabeza que no puedo con ella. Pensando en cosas que me hacen pensar mis sábanas colgadas mientras intento alargar el momento de ponerme a trabajar porque no me apetece un culo. Esta semana estoy siendo muy mala trabajadora, pero necesito mi tiempo. Necesito ser menos inflexible conmigo misma, necesito mimarme y concederme un respiro en todo, porque si no un día voy a estallar como la abuela Inge del cuento de Galeano. Y encima estoy así, como el tiempo. Menos mal que me espera Bilbao este fin de semana, espero que sea el soplo de aire fresco que necesito, porque si no tendré que respirar por una pajita mucho más tiempo y estoy harta, no quiero, me niego a estar así. Y hay muchos calcetines por recoger, mucho polvo que barrer, anacardos por comer compulsivamente, "A sangre fría", que es fascinante y una tele donde salen personas y se oyen cosas que yo no escucho. Es como si el mundo no tuviera ni música ni ruído. Todo es como una tele con el mute puesto. Todo me resulta aburrido. Todo me resulta mecánico. Todo pasa por delante, como esas imágenes a cámara rápida de las cámaras de seguridad de los supermercados y sueño con no sólo volverme a ver en el espejo y reconocerme, sino sin necesidad de verme poder reconocerme de una puta vez.
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