Qué diferentes somos las personas dependiendo de los mares que nos bañan.
Nacida en el Mediterráneo como Serrat, salvando las distancias siempre he sentido la benevolencia de los rayos blancos mediterráneos proyectándose alrededor. No me imagino un mar embravecido que guarda miles de olas hasta que no encuentra otra costa que dé la bienvenida a sus aguas frías a miles de kilómetros. Para mí el mar es una ambrosía calmada que te incita a sentirte bien, a uvas y a una siesta a la sombra de cualquier pino mediterráneo o de cualquier tendido.
La luz mediterránea es la luz de ‘Belleza robada’ de Bertolucci. Cuando ví la película sentí un shock y un resquebrajamiento en el corazón... sólo alguien nacido en tierras bañadas por tu propio mar puede entender el vaivén con el que se mecen tus olas. Esa luz me proporcionó calma, bienestar y sobre todo una sensación de ‘sentirme bien, feliz y en armonía en casa’. Intento explicar lo que genera la luz mediterránea en mi alma y no encuentro palabras para explicarlo porque es una sensación que por más que lo intente no puedo traducir a vocablos. Es la... mediterránea... no sé, es ‘mediterranear’, digamos que es eso... son sensaciones y emociones que van más allá de lo sensacional y de lo emocional; es algo que te invade la mente pero también el cuerpo. Es algo que hace que tu mente y tu cuerpo por fin vayan al mismo tempo y te arrastra a otro nivel de conciencia y de bienestar. Mediterranear es volver a la placenta... es como volver a la génesis... es como flotar en algo que te hace cerrar los ojos del placer... es como meterse en la cama calentita un día horriblemente frío y lluvioso de invierno después de haber trabajado como una mula.
Los mediterráneos somos gente de calle, gente que se para a hablar con cualquiera y le cuentan su vida despreocupados, medio gritando y rellenando cada frase con aspavientos y exageradas gesticulaciones y despreocupados esperan a que los otros narren la suya; y si no lo hacen es algo que no entendemos. Será....? Creo que sí. No hay prisas, ni relojes, ni pesadumbreces, ni caracteres ensombrecidos, ni lluvias con cielos grises que turben nuestra serenidad disfrazada de articulaciones y gestos exagerados. Es como si la luz que desprende nuestro mar nos devolviera la candidez y la ingenuidad perdidas.
El mediterráneo es el seductor despreocupado que cuida sus sentidos como si de una reliquia se tratase. El cuerpo es exhuberancia y fuente de placer, cosa que choca con las fuertes creencias religiosas, que afortunadamente se están dejando de lado. El mediterráneo es el alegre estigmatizado. El mediterráneo vive como si una batalla campal final se tratase la dualidad placer-castigo. Damos placer a nuestro cuerpo y lo castigamos con remordimentos; pero siempre acabamos cayendo. En el fondo no creemos que el disfrute sea malo, sino todo lo contrario... por eso bañados por nuestro mar se inventó la filosofía y se inventaron y vivieron mil historias de placeres carnales. Se inventó o por lo menos se aprendió a disfrutar de lo corpóreo y de lo incorpóreo.
El mediterráneo se me antoja como una criatura amarillo-blanquecina que camina como flotando con una sonrisa llena de despreocupación por las orillas de este increíble Mare Nostrum.
Las playas inhóspitas no tienen cabida... las nuestras son playas suaves y amables, de vez en cuando perturbadas por playas llenas de piedras y acantilados, debo remarcar que estos enclaves son muy poco comunes, y aunque parezcan inhóspitos no acaban de ser agrestes ni punzantes como las playas de otros lares. Nuestra costa es como nosotros... despreocupada y de vez en cuando adopta un tono grave para cavilar cosas más metafísicas y sofisticadas.
Hay mares que son como Unamuno, pero el nuestro es como Fellini. Siento más próxima cualquier historia del cine de Fellini, en cuanto a la esencia que cualquier poema de Panero,aunque me guste mucho, pero su mar es distino... su mar es frío.
Siento más proximidad de carácter con un griego, con un italiano, con un turco o con un chipriota que con un bretón o un gallego. Nuestros mares son diferentes... y con esto no quiero decir que sean mejores ellos o lo seamos nosotros... no, tampoco hay cabida para los nacionalismos, fuente de controversia, no... con esto quiero decir que en un hipotético caso en el que tuviera delante a alguien mediterráneo, a alguien del Atlántico, del Mar del Norte, del Mar Caspio, del Mar Cantábrico o del Mar Negro sin saber su procedencia seguro que era afín al personaje del Mediterráneo. Cuestión de empatía y de masa madre.
Hubo un tiempo en el que quise nadar en aguas diferentes, en aguas de otros mares, en aguas frías de costas agrestes, en aguas nerviosas con oleaje batiente, en aguas donde los peces no eran los peces que nadan junto a mí en mi acuario y me parecían extraños, en aguas que bañaban costas verdes extremadamente bellas, en aguas de belleza inmesurable pero que me hacían sentir vacía, en aguas dionisíacas, en aguas que probablemente eran más bellas que las aguas de mi mar... pero me sentía mal. Supongo que era una sensación parecida a la de la sirenita al abandonar su mar y pisar la tierra. Es despertarte un día en un sitio en el que quieres estar con todas tus fuerzas y sin embargo no sentirte a gusto ni aunque te obligues. Es decir ‘lo hago por mis cojones’ pero no poder con el peso de ellos. Es necesitar desmesuradamente que tu mar te abrace como su costa lo abraza a él y sentirte arropada porque los vientos de otros mares te cortan la piel como cuchillos. Es sonreír con una sonrisa pintada mientras tu alma llora. Echaba de menos mi tierra, mi luz, mi gente, mis pinos, mi costa... mi mar. Intenté bañarme en otros mares porque mi corazón me lo decía y lo quería imperiosamente. Intenté comer de las algas de otros lugares porque creía que podía comer... porque creía. Pero ahora lo que creo y lo que veo es que me vuelvo a maravillar de la exuberancia de nuestras aguas paseando sola con un vestido blanco vaporoso que ondea la brisa mientras recupero la belleza robada de la maravillosa luz mediterránea que me calienta mientras camino mediterraneando por estos lugares tan queridos. Como pez fuera del agua, el primate mediterráneo necesita ver su mar o volver a él. No necesita sucedáneos. Necesita su Mediterráneo.