viernes, abril 27, 2007

AMORES FATALES



Los amores fatales con frecuencia son los amores más deseados, los más reñidos y los más soñados porque la falacia popular dice que son los más cariño ( que en realidad es dependencia emocional) y apasionados. ¿Cuántas veces habremos sido espectadores de amores fatales? ¿De escenas con tanta pasión y electricidad tras una riña acalorada o de un odio desmesurado que se había cocido a fuego lento y que al final acaba con un desplante o con la fusión de dos cuerpos en uno? ¿Cuánto nerviosismo? ¿Cuánta resignación acumulada?¿Cuánto despecho?¿Cuánta ansiedad? ¿Cuánto sufrimiento acumulado que se diluye en la nada tras la unión de los labios de dos personas? ¿Cuántos coitos apasionados y febriles que al día siguiente no son más que un sentimiento de culpa y de fatalidad? Y sobre todo, ¿Cuánta tensión sexual acumulada que de repente explota y arrastra a hacer aquello que racionalmente tantas veces se había querido negar, olvidar o apartar por pensar que no era conveniente?




Personalmente no entiendo esa atracción por ese tipo de amor, y claro, ni quisiera ninguno así para mí. Los hay quienes piensan que ese tipo de amor es el sumum del sentimiento y piensan que el amor en su máximo estadio es sufrir, pasarlo mal y dejarse llevar por las más bajas pasiones como son el amor-odio y la atracción puramente sexual, porque en el fondo el amor fatal no es más que eso, atracción sexual que puede rozar la obsesión ( o que ciertamente lo es) aunado a la dependencia emocional y a la inmadurez. Viendo así, a grandes rasgos y por encima ya puede un@ intuir que el amor fatal verdaderamente no es amor, de la misma manera que el amor platónico no es lo que Platón entendía por amor. El lenguaje es así de interesante, un pequeño matiz, una leve variación sintáctica o léxica puede llegar a ser algo que sitúe a mucha distancia el significado de un término de otro aunque aparentemente estén cerca por supuesta lógica aplastante. Además el lenguaje, uno de mis ‘amores personales’, es un arma de doble filo en las cosas del querer porque esa característica que a mí me apasiona tanto de él - la ambigüedad- puede echar más leña al fuego del amor fatal. Cuántos disgustos ha traído el mítico ‘tú dijiste’, ‘yo dije’, ‘me refería’…. Y así hasta quedarnos dormidos….

Películas, boleros, novelas, tangos, cuentos, leyendas… todo tipo de producto más o menos intelectual, o intelectual, claro está, o de ocio ( según se mire) está plagado de amores fatales. Cumbres borrascosas, Zeus y Hera, Romeo y Julieta, Gilda, El cartero siempre llama dos veces, Calisto y Melibea, Un tranvía llamado deseo, boleros como ‘Aunque me cueste la vida’ cuyo estribillo reza así:

‘Eres mi amor tan sincero, mi vida
y a tu vez la promesa que te hago
no me importa llorar, no me importa sufrir
si es que un día me dices que sí.
Aunque me cueste la vida
sigo buscando tu amor
te sigo amando voy, voy preguntando donde poderte encontrar’

O ese otro bolero que popularizó nuestra combustible Saritísima y que luego interpretó tan bien el bellísimo Gael García Bernal en ‘La mala educación’:
‘Siempre que te pregunto que cómo, cuándo y dónde
tú siempre me respondes quizás, quizás, quizás
y así pasan los días y yo desesperando
y tú, tú contestando quizás, quizás, quizás’


Llegados a este punto y viendo que me estoy haciendo la picha un lío y que voy soltando ideas y no concreto nada voy a reiniciar mi cerebro y voy a intentar teclear de la manera más concisa posible lo que yo entiendo por ‘amor fatal’.






El amor fatal es un tipo de atracción física hacia otra persona que se convierte en una obsesión malsana regada por la dependencia emocional con un mayor o menor grado de sado-masoquismo psicológico (porque aquí todos dan palos y todos encajan hostias) donde se da lugar a la cosificación de la persona objeto de deseo.
Sí, más o menos esta es la definición que para mí es el amor fatal. Ahora vayamos por partes para clarificar el asunto porque no sé si ha quedado muy claro. En el amor fatal, a diferencia del amor cuerdo no se aprende a amar a una persona, a ver sus virtudes, a ver sus defectos y a disfrutar de las primeras y a lidiar con los segundos y muchas más cosas que ahora no escribiré, como por ejemplo buscar un/a compañer@ de viaje ( con toda esa solemnidad, compromiso y responsabilidad para uno y para el otro que a los ‘amadores fatales’ les asusta tanto). En el amor fatal se idealiza a la persona a partir de unas características que el ‘amador’ admira o que le gustan, claro, o incluso que envidian, fíjate tú ( pero entonces es el caso del perverso narcisista y esto ya es para escribir un libro). Generalmente en el amor fatal no se ama a esa persona por lo que es, ni se intenta ir descubriéndola día a día (que eso sucede con tiempo y una caña, como se dice en mi tierra) sino que por lo que aparentemente es o por lo que representa, es decir, el sujeto amado es de alguna manera tratado inconscientemente como un objeto, es una cosa, de ahí viene cosificar: dar el trato y la consideración de objeto de posesión propia. El amado es una posesión buena, bonita y barata que pulimos en nuestra mente a nuestro gusto porque nos gustan sus características supérfluas, su belleza, su juventud, su éxito profesional, sus dotes para lo que sea, su inteligencia o por cualquier otro motivo banal, pero nunca, y digo nunca el amador hace el esfuerzo en realmente escrutar y ahondar en todos esos pequeños pliegues y recovecos que forman la tridimensionalidad de la otra persona y que se convierten en el día a día en el ‘pequeño tesoro por descubrir’ y que sin embargo en realidad ofrece tantas gratificaciones y por qé no, también decepciones. Es más, al amador-fatal no le interesa descubrir realmente a la otra persona porque necesita creer que el/la otr@ es realmente la imagen de aquel conjunto de ideas que ya desde un principio se instaló con cemento armado en la cabezota, y ojito con que la otra persona quiera realmente construir un amor pasito a pasito y ladrillito a ladrillito porque le espera una depresión de caballo percherón durante el resto de la relación, la ruptura y el duelo, pero oye, que al dejarlo ( o mejor dicho, al romper la dependencia emocional que trae mucha tela) al menos se sabe que el fin del sufrimiento está cerca, hay que ser optimista ( claro, si uno no comulga con el rollo fatalero). Por lo tanto el ser amado es, aunque generalmente sea de una manera inconsciente un juguete de un niño pequeño. ¿Y por qué digo ‘de un niño pequeño’? Porque el amante-fatal en realidad no es más que eso, un personaje inmaduro que ansía tener una relación ‘al modo adulto’ con una ‘posesión-idealización’, a veces incluso llegan a estar realmente obsesionados con su ideal de amor y con conseguirlo, pero en realidad es incapaz de poder establecer una verdadera relación de amor porque su narcisismo, su egocentrismo, sus caprichos y su egolatría ( todas características de los infantes) son incompatibles con el ingrediente básico del ‘amor correcto’, o lo que vulgarmente conocemos por ‘amar bien’.