jueves, julio 09, 2009

Set me free



Hoy también me levantaré como cada día.
Me haré un café con leche sin lactosa,
Me sentaré y empezaré por pensar en alguna tontería
para no pensar demasiado. Derramaré el vaso.
La mesa se quedará pringosa. La dejaré así, da igual que vengan las moscas mientras sólo lleguen planeando por el aire en dirección a la leche medio seca y cortada que se posa sobre la mesa.
Me mudaré a la otra mesa, la de mi despacho, agotando el tiempo
mientras intento atrapar alguna cosa que me sirva de provecho.
Pienso que hace algún mes dejé mi cabeza en barbecho
Y es hora de cosechar algo que no he plantado.
Pasan las horas, me distraigo, me levanto, voy, vengo, tengo hambre,
comeré algo, pero mientras lo coma dejaré la mitad apartada, la comida no es un acto de fe, miro el plato y es demasiado, es como si mordisco a mordisco me acercara a una verdad que se aleja a medida que trago. La comida se me aparece delante como un milagro que me susurra -come y calla-.





Comiendo se callarán los demonios, masticando no podré hablar, ni siquiera mi cabeza podrá hablar. Cuando como compulsivamente la ausencia de dolor se me antoja como un gran placer, aunque no sea verdaderamente un placer, sino forzar a que una puerta que se tiene que abrir no se abra apoyándose contra ella y ejerciendo fuerza para que no salga disparado tras de ella un río de mierda. Y trago y trago y trago, comida porque antes he tragado otra clase de mierda costándome tanto vomitar toda la mierda que está dentro. Es como tirar más mierda encima para tapar la que verdaderamente no te gusta ver, es no arreglar las cosas, es como ponerte un apósito y tira que vas. Para limpiar una letrina no tienes que tirar más cosas encima para tapar, tienes que vaciarla. Pero no mirar el agujero y llenar y rellenar con cosas limpias, bonitas y apetecibles como todo tipo de comida es más sencillo. Al final se van a pudrir igual todas mezcladas. En realidad no es más que una manera de enconsetarse más. Porque las mujeres todavía hoy en día tenemos tendencia a encorsetarnos; es muy difícil cargarse una conducta tan arraigada durante siglos en nuestra cultura que no va de la mano de los progresos sociales que ha vivido nuestro género en el último siglo. Hay cosas que tardarán cientos y cientos de años en cambiar; como nos cuesta tanto luchar contra ellos las que nos hemos dado cuenta de que están allí y no queremos seguir sus dictámenes. Supone mucho esfuerzo y mucha fuerza de voluntad autorresetearse y volverse a programar, pero esta vez como crees que tienes que estar programada.






Pero el pastelito está ahí delante insinuándose, diciéndome “cómeme, ven, déjate llevar, pierde el control, sumérgete en el placer momentáneo”. Sucumbo y por un momento todo mi horizonte se queda en blanco. Un blanco que podría parecer la dulce calma que se supone que es la felicidad, pero que sin embargo es una calma viciada, es una cárcel-calma que encierra entre sus barrotes toda mi ansiedad y dolor.

Volveré a tragar mierda, en forma de pastelito de chocolate muy apetecible, tras lo que me querré cortar las manos, coserme la boca, sacarme el corazón, hacerlo a la plancha y para dejar de engullir lo último que haré será comérmelo y atragantarme hasta quedarme sin respiración. Esa es la manera desesperada que encuentro para parar mi autoboicot. No me tengo que culpar porque las cosas sean como están, no es culpa mía que tenga el corazón roto, no me tengo que odiar, ni sentir ridícula, ni idiota. Las cosas se acaban, la finitud es algo intrínseco a todo. ¿Por qué nos empeñamos en que todo tiene que durar hasta la eternidad y más allá? Ya que de perdidos a la mar por qué no tirarse al vacío. Si me atragantara probablemente mi vecino pensaría que no salgo de casa porque me paso el día viendo la televisión. La apariencia y la recreación virtual de los que creen que te conocen sin conocerte hacen florecer las ideas que no son más que ideas, algo que no es verdadero conocimiento.


Pero en vez de saltar al vacío bajaré, me compraré una vela para celebrar mi cumpleaños. Me ducharé, me arreglaré, me pintaré los labios de rojo. Me pondré el vestido más bonito que tenga. Encenderé la vela y la clavaré en una tartaleta. Me la pondré delante, me serviré una copa de cava de un benjamín, basta y sobra. Soplaré la vela y aunque me haya empeñado en disfrazarme seguiré viendo lo que hay debajo.
Finalmente me veré frente al espejo y veré mis dos partes de mí rasgadas, lejanas pero unidas. Rotas pero sin haberse visto reducidas a escombros. Soy como un espejo roto a cachos que no caen. Y lo peor de todo es casi no entender y pensar muchas cosas con fuego y comportarme como un robot o como una lobotomizada.
A partir de ahora sólo el viento de la noche me visitará cuando me vaya a acostar.