lunes, abril 14, 2008

Nuestros paraísos artificiales




Mi querida amiga:

El sentido común nos dice que las cosas de la tierra existen sólo escasamente, y que la verdadera realidad está únicamente en los sueños. Para digerir tanto la felicidad natural cuanto la artificial, es ante todo necesario tener el valor de tragarla; y quienes quizá fuesen merecedores de la felicidad son justamente aquellos a quienes la felicidad, tal como la conciben los mortales, les ha hecho siempre el efecto de un vómito.





A los espíritus simpes les parecerá singular, y hasta impertinente, que un cuadro de placeres artificiales esté dedicado a una mujer, la fuente más común de placeres naturales. Sin embargo, es evidente que, de la misma forma que el mundo natural penetra en el espiritual, le sirve de alimento y concurre, así a producir esa indefinible amalgama que denominamos nuestra individualidad, la mujer es el ser que poryecta la mayor sombra o la mayor luz a nuestros sueños. La mujer es fatalmente sugestiva; vive una vida distinta de la suya propia; vive espiritualmente en las imaginaciones que trata y a las que fecunda.

Por lo demás muy poco importa que se comprenda el motivo de esta dedicatoria. ¿Es siquiera claramente necesario, para la satisfacción de un autor, que un libro cualquiera sea comprendido, excepto por aquel o por aquella para quien ha sido compuesto? Finalmente, por decirlo todo, ¿Es indispensable que haya sido escrito para alguien?





En cuanto a mí, no tengo tan escaso gusto por el mundo viviente, que a semejanza de esas mujeres sensibles y ociosas, las cuales, según se dice, envían por correo sus confidencias a amigas imaginarias, de buena gana escribiría sólo para los muertos.

Pero no es una muerta a quien dedico este libro, es a alguien que, aunque enferma, vive y atúa siempre en mí, y que ahora dirige eventualmente su mirada hacia el cielo, lugar de todas las transfiguraciones. Porque el ser humano goza del privilegio de poder obtener sus placeres nuevos y sutiles hasta del dolor, la catástrofe y la fatalidad, al igual que de una terrible droga.

En este cuadro verás un paseante sombrío y solitario, sumido en el cambiante oleaje de las multitudes y que envía su pensamiento y su corazón a una lejana Electra que antaño enjugaba su frente bañada de sudor y refrescaba sus labios apergaminados por la fiebre; adivinarás la gratitud de otro Orestes cuyas pesadillas has vigilado a menudo y cuyos espantosos sueños disipabas con mano ligera y maternal.


Dedicatoria de Baudelaire a J.G.F en 'Los paraísos artificiales'.


Ahora pongo un microrelato mío que ni por asomo se acerca a Baudelaire, uno de los hombres de mi vida, pero que también empieza y acaba en sueños.

LADRÓN DE SUEÑOS

Desde hace varios meses cada noche me robas mis sueños. Los días son míos, pero las noches me son robadas, me las robas tú, aunque claro, no te puedo denunciar en ninguna comisaría porque me los robas en otros mundos a los que la policía no tiene acceso, a los que irrumpes con tu desdeñosa irreverencia cuando se abren unos vaporosos entelados tras los que existen unicornios que cabalgan por desiertos y suelos de azulejos blancos y negros por los que se arrastran madejas de lana. Allí, en esa tierra de nadie y patria propia lucho porque devuelvas lo que es mío, mis sueños.



Ya no estás; ni te veo, ni te oigo, ni te hablo, ni te huelo ni te saboreo, pero cierro los ojos cuando estoy despierta y todo vuelve a mis sentidos y los recuerdos se transfiguran en una imagen que sólo se vuelve a reestructurar como un holograma en el negro de los párpados, entonces todo se vuelve tan real que a veces me siento tentada a extender los brazos para luego saber que sólo voy a rodear aire, porque sólo queda vacío, aire que rellena un hueco en el que no hay nada.

Abro los ojos, todo el tiempo en el que sueño despierta y pienso que muy probablemente fue lo mejor que podría haber pasado, que mejor dejar las cosas así, que me conviene más no revolver el lodo del pozo que quedó sellado con su agua insalubre bien encenrradita ahí dentro, donde no hay nada más que bichitos que bucean en ella.




Vuelvo a abrir los ojos a una realidad que me asusta y en la que me siento totalmente desprotegida y desamparada de la mano de Dios y vuelvo a pensar que mejor así, que no se puede vivir en una pesadilla, que la cocaína no puede ser un vértice de un triángulo, y que mejor eso, quedarme aquí sola sin ser parte de ningún dúo y mucho menos de un trío, que aunque pese y duela la soledad se supone que es en algunos momentos un estado transitorio. Es muy difícil convivir con tu enemiga, con la que entra como un juego y una aliada de paraísos que van más allá, de autoestimas que se inflan, de delirios de grandeza e ínfulas desmedidas que te acercan de una manera distorsionada a ser una especie de Dios caído. Es muy dificil ver que ella allí tan blanca, tan cara, tan buscada y apreciada te fuera robando, mierda de coca. Yo no aguantaba más, no me gustaba ser jugadora de segunda división, y menos ver cómo iba cayendo en la clasificación para preveer que algún día acabaría en cualquier liga regional. Sentía el peso de aquellos gramos encima de mi cabeza como si fueran rocas que pesaran quintales.

Y no te aguanté, nunca tuve que aguantarte, lo más curioso es que no te aguanté como todos entienden el concepto de aguantar, y a pesar de todo no soportaba la idea de lo que podía pasar en un futuro, porque no tuve que tener paciencia contigo ni ser comprensiva, nunca lo fui. Fue algo extraño, como un sueño que se conviritió en pesadilla y que nunca se vivió en vigilia. Y aquí estoy, a las cuatro de la mañana hablando delante del espejo del tocador porque soy incapaz de dormir y porque tengo que hablar, y no tengo a nadie a quien llamar a estas horas y contarle cómo me siento y qué es lo que me pasa, porque no es que me sienta sola, es que estoy sola. No me quedan tranquilizantes en el cajón de la mesilla y siento que en cualquier momento la cabeza me va a estallar y cuando estalle saldrán volando todas las historias tejidas en sueños que pueblan mi cabeza.

Y confieso a mi reflejo en el espejo imaginando que esa cara no es la mía, sino la tuya, que simplemente y de repente te has colado en mis sueños y de ahí no te vas. Durante el día desapareces, pero al caer la manta encima de mi cuerpo y cerrar las dos ventanas que se supone que me muestran la realidad, ahí a los pocos segundos apareces tú. Unas veces rodeado de plantas, otras como capitán pirata, otro como enamorado de serial de televisión, otro como ogro malvado y así hasta interpretar un sinfín de papeles que durante estos meses van cambiando noche a noche. Al acostarme no sé qué película veré esa noche en mis sueños, lo que siempre tengo claro de un tiempo a esta noche es que tú estarás ahí.

Cada noche se repite algo en mis sueños, es un loop que cada día tiene un matiz diferente, siempre hay variables, pero siempre permanece esa constante que aunque se disfrace aparece y reaparece.

Definitivamente soñar contigo no me gusta, pero me place. Aunque sólo sea en sueños me gusta que estés por aquí y como una obelisca entregada en cuerpo y alma a los placeres del sultán cada noche dejo mis sueños a tu merced, te los regalo, por las noches te entrego mi cabeza sobre una bandeja de plata para que juegues al fútbol con ella.

Y sueño, alguna que otra vez, pero eso sí, ya despierta, que aunque sé que te niegas a admitir muchas cosas que luego tus ojos contradicen me dijeras que en realidad lo que quieres no es robarme mis sueños, sino ofrendarme tus días y desde luego me gustaría que me confieses eso que ya sé desde hace meses, que yo también soy la que te roba los sueños.

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Los sueños son ese territorio vecino a la imaginación que nos liberan de monstruos y fantasmas. También la literatura y el arte que nos ayudan a exortizar cosas que de otra manera nos conducirían a la locura. La locura es otro terreno que no está tan alejado como pensamos de la cordura. Muchas veces incluso los confundimos, porque vivimos en el sueño de la apariencia que no es más que la peor de las pesadillas. El no poder ir más allá, es lo que convierte todo en una pesadilla.