martes, septiembre 24, 2013

Sin embargo.



 


Me das amor, sin embargo mi corazón no sigue el ritmo.
Me das placer, sin embargo a veces te miro y no quiero hacer. Me das cariño, sin embargo ese parche no llena este vacío. Me tratas bien, pero cada vez que te escucho empiezo a ensordecer.


Intentas portarte mal, pero tampoco consigues darle la vuelta. Topas de frente con esta fría indiferencia. 


Vuelves a darme amor, pero nunca acaba de nacer esta flor. Podría ser muy bonita, la más bonita de todo el jardín. Porque cada día la abonas, la riegas, la recortas. No hay razón por la que no sea posible que sea hermosa, pero no lo es. No quiero que la recortes, quiero que crezca salvaje. Pero aunque la abones no crece. Y tú no lo ves. 

Cada vez que la recortas la haces más y más pequeña, es la flor más pequeña, más incluso que las violetas.  En este jardín del Edén el único ciego eres tú. Jamás será salvaje porque cada día está más y más moldeada, recortada, poco improvisada.  Cuanto menos doy más recibo, y cuanto más me das menos quiero recibir. ¿Cuál es ese cable que anda podrido? ¿Ese que causa este cortocircuito? No muerdas esa manzana, te verás desnudo. No muerdas la manzana, no soy Eva, soy K la serpiente. Que repta, que repta, que repta desde tu entrepierna, se enrosca en tu espina dorsal, sube por ella, se agarra al pulmón, rodea el corazón y lo engulle como si fuera un pequeño ratón. Sin embargo yo no quiero hacerlo, no lo hago, no repto para arrancarte el corazón de un bocado. Y sin embargo, sin quererlo, ya me lo he tragado. 

 
 Me das amor y no es que me quiera ir, es que ya me he ido, es que en realidad nunca he venido. 

No hay ninguna gotera que sanear no hay ningún vacío que rellenar. 

¿Quizás será que no me acostumbro a la idea de que se supone que tengo heridas que tendrías que rellenar?

 No quiero que seas un algodón, no quiero que seas mi gasa, no quiero que tus caricias ni tus atenciones se conviertan en yodo, sé que ese no es el modo. No quiero que me una a ti la soledad.

Yo no estoy sola.

 No tengo necesidad de rellenar la soledad. Quisiera poderte querer desde esta plenitud inmersa en el vacío. No te vayas a intentar ponerte a rellenar. 


 

Tú te crees que me ves desnuda mientras recorres mi cuerpo, pero entre medio hay un mar de velos que lo cubren todo, el mío no es este, es otro cuerpo. Te embarcas, navegas,  amarras... Pero ¿Quién maneja mi barca? Ay! ¿Quién maneja mi barca?  No es tu espuma, ni son tus estrellas de mar.

Me gustaría tener algo que ofrecerte, algo real que ofrecerte. Porque te engaño. No te miento, pero no te digo la verdad. Y la verdad es que no te doy nada, no comparto nada. Es todo una ilusión. Porque no quiero compartir nada. Me da igual verte disfrutar, en el fondo me da igual. Como te tengo cariño disfruto cuando te veo contento, cuando te veo gozar, cuando te veo disfrutar porque me encanta ver a la gente ser feliz. Sin más. 


 No soy un monstruo. 

Pero no realizo ningún esfuerzo por hacerte disfrutar, ni me interesa hacerte disfrutar, y no entiendo que por el hecho de hacerte caso ya seas feliz. WTF???

Sé que mucha gente pagaría por estar en mi situación. Esa gente que tiene goteras en el corazón.


Sé que les gustaría tener a alguien delante paliándoles el dolor,           
              reseteándoles el dolor, 

y luego en el momento más inesperado dar rienda suelta a ese extraño y enquistado rencor...

Rencor arcaico cosechado en temporadas y temporadas de fracasos convertidos en un aguijón bien afilado y envenenado. 

 Después del pinchazo corona de laureles. Presa sorteando el delirium tremens.  Mente calma, la venganza se ha consumado. Borrón y cuenta nueva, ahora a la caza y captura del amor. Esa gente no sabe lo que es el perdón.

Yo sé lo que es el perdón, he estado buscándolo por desiertos, selvas, bares, montañas, en los anillos de Saturno, en  Andrómeda y hasta en Ítaca. 

Busqué por todos los recovecos del universo, 
               surfeé estrellas, corrientes solares...
 me cansé,
llegué muerta 


famélica. 

Y sólo cuando regresé me di cuenta de que el perdón no se escondía lejos.
 El perdón siempre había caminado de mi mano, invisible, imperceptible. 

Había viajado conmigo hasta más allá del Infinito, porque estaba aquí, sentadito en mi corazón. Y aquí sigue, yo no tengo rencor. No teres mi chivo expiatorio.




Sin embargo, pese a tener limpio el corazón: No. No estoy. Y me da pena porque pienso que te mereces que alguien esté porque lo quieres y porque te lo curras. Y no me quiero sentir mal, pero mi viaje es otro, de momento viajo en moto. 


                                                           Lo siento, aquí no caben dos.
 








miércoles, septiembre 11, 2013

La vida de Robert como amo de casa (I)


Robert trabajaba en una pequeña fábrica de parachoques en Detroit. Era el hijo de un pequeño granjero de Alabama. A fuerza de empeño, esfuerzo, renuncias y horas de estudio y servicio a la comunidad, consiguió una beca para estudiar ingeniería industrial en la Universidad de Carolina del Sur. Cuando llegó la carta de admisión, sus hermanos pensaron que lo mejor que le podía pasar a Robert en su inminente etapa universitaria era empezar a vivir, sin pensar en un sólo momento en qué era lo peor que le podía pasar. Pero bueno, en general, como la mayoría de las personas piensa en futuribles optimistas para no fenecer moralmente manteniendo así la llama de la esperanza viva, a sus hermanos no se les pasó por la cabeza en ningún momento que Robert podría seguir con el mismo estilo de vida de siempre. Porque aunque mantengamos la esperanza de que la gente cambia, muy poca gente tiene los cojones realmente cuadrados como para enfrentarse a sus propios demonios, matar a unos cuantos y seguir p'alante con la espada en alto, por lo que pueda pasar...  El bueno de Robert al pisar la universidad, lejos de integrarse en una hermandad, beber como un cosaco, putear a los novatos y follar sin parar, decidió asistir cada mañana a sus clases y trabajar en una librería especializada en literatura industrial  (Un término un poco extraño e inexistente fuera de los Estados Unidos). En la librería de literatura industrial Robert tampoco perdía el tiempo. Como durante todas las horas que Robert invirtió en la librería, nunca nadie había entrado comprar nada, aprovechaba las largas horas muertas para estudiar y consultar los libros de ingeniería. Especialmente uno de un tal Harris y otro de un alemán con un apellido imposible, muy complicado. No me acuerdo, bueno, que le den, ¿A quién coño le importa si estamos hablando de Robert?.
De esta manera, sin emociones, sin acción, sin vida y con cientos de folios estudiados a sus espaldas, Robert podría haber realizado dos cursos en un año, pero como era de origen humilde, su beca no era de deportes y la universidad era muy cara, se tuvo que fastidiar porque no podía costearse ni un crédito más.

Consumido por la angustia de no poder sacarse dos cursos en un año una noche al salir de la librería se dejó llevar por una aterciopelada, dulce y violenta voz. Aquella voz era la voz más hermosa y más terrorífica que había escuchado en su vida, porque esa voz le arrastraba. Esa voz derrumbaba uno a uno todos los muros que se había construido ladrillo a ladrillo en Alabama y durante todo el primer curso de carrera. Era la voz de la perdición, era la voz del "déjate llevar, ven a mi". Era la voz más jodidamente seductora que había escuchado. A cada golpe de fonema se le erizaban más y más los pelos, ahora el vello, luego lo otro, y así hasta se le erizó el corazón. Era aquella la cálida voz de los pensamientos recuerrentes, esos que te arrastran hacia un abismo que por desgracia tiene fondo y cuando impactas contra él te destrozas desde el primer metacarpio hasta el último molar. Así que Robert, que nunca en su vida se había enfrentado antes a tamaño lujurioso y devastador canto, se decidió por hacerle caso y entrar en aquel tugurio del callejón que va de Main St. a St. Louise St. La Perla Plateada.
Entró en aquel lugar difuminado por el humo del peor tabaco, lleno de gentes con pasados olvidados y futuros que más valdria, llegado el momento olvidar Allí, entre infraseres inmundos, gangsters, putas, chorizos y corruptos estaba Glenda sirviendo un chupito de tequila a un enano que trabajaba como mecánico en un pequeño taller para coches de karting, es decir, de karts, carts... o como se escriba. Glenda giró la mirada en dirección a Robert embutida en un vestido rojo que ofrecía la vega de sus pechos a todos los ojos que se pusieran delante, pero no a todas las manos, porque Glenda era una chica muy decente. Estaba estudiando enfermería en St. Paul's Mercy Hospital, donde desvestía a borrachos y por las noches se sacaba unos peniques en La Perla gris vistiendo a santos.  Glenda, después de ponerle el chupito a Greg el enano, se acercó hasta la posición de Robert, se reclinó hacia él y le preguntó a Robert con un cierto aire desganado que qué quería. Robert levantó la vista del canalillo de Glenda y vió la cara más dulce, bonita y angelical que había visto en su vida. Hasta el momento sólo había tenido ojos para aquel milímetro de aureola que asomaba por el escote  ¿En v? ¿Redondo? ¿Ballena?.  Pero ahora, al verle esa carita de ángel, y esos dos luceros del alba, la cosa había cambiado y le llamaremos atracción sexual cuando en realidad Robert sintió amor.  Tanto le gustó Glenda a Robert que el muchacho sintió cómo el suelo se partía en dos y el tugurio aquel se transformaba en una suerte de Mar Rojo por cuyo caminito sólo circulaban los efluvios del amor.  Robert sintió tanta emoción que pensó que de repente era víctima de una eyaculación precoz. Por culpa del chasco Robert tuvo que bajar de las nubes y volver a la realidad. Una lástima, porque todos cuando nos hemos fascinado de repente al descubrir a alguien, hemos querido parar el tiempo, o al menos hemos deseado que caminara tan lento, tan lento como tarda en pasar por la cabeza de una aguja. Se había manchado los pantalones, estaban mojados. ¿Por qué tenía que pasarle a él eso de la eyaculación precoz?. Bajó asustado la mirada a su entrepierna y la verdad es que tampoco  era tan grave, el cliente enano, que iba más borracho que una cuba, le había tirado su chupito de tequila en la entrepierna. Robert suspiró aliviado.  Glenda se reía de la situación y Robert se puso rojo porque la sonrisa dulce e ingenua de Glenda devolvió a Robert a esa nube de algodón de azúcar donde se para el tiempo. Y en esa nube estuvo montado aproximadamente los quince años siguientes. En fin... dicen que eso pasa cuando hay amor.

Quince años después Robert vivía felizmente casado con Glenda en un familiar, bonito y elegante suburbio de Detroit, la ciudad que le había visto crecer y convertirse en uno de los ingenieros industriales más creativos e innovadores de la indústria automovilística. Robert y Glenda vivían felizmente casados y con un patrimonio que hacía la gloria de los humildes padres de Robert, quienes gracias a su hijo, podían pagarse una primera visita al odontólogo, unas vacaciones en un camping y pedir comida a domicilio. (Hay que pensar que esto sucedió en los años 50-60, años en los que ir al dentista, a un camping y pedir comida a domicilio era todo un lujo que no estaba al alcance de cualquiera... bueno... vamos... como ahora).  Pero llegó un día fatal, Greg, el dueño enano de la empresa automovilística para la que trabajaba Robert, le puso de patitas en la calle. Pasó como se pudo el trance y gracias al amor y a la comprensión de Glenda, la patada en el culo fue menos dolorosa.
Pasaron los días, los meses y los años desde que aquel día en el que a  Robert le habían despedido de la fábrica de parachoques en la que había trabajado en los últimos quince. La fábrica de un enano que cuando era pequeño había trabajado como monstruo de feria, hombre ahora muy sagaz en los negocios que a base de esfuerzo, juergas, extorsiones, putas, alcohol y drogas levantó la fábrica de parachoques más rentable de todos los Estados Unidos. Su bebida preferida era el tequila y sus mujeres preferidas las asiáticas. Pasaron exactamente dos años desde que a Robert le habían despedido y no encontraba trabajo ni a tiros. Como no hizo amigos, ni contactos, ni networking en la universidad, ni con ningún ingeniero en su época en la librería de ingeniería, porque no había pasado ninguno por su tienda, ahí seguía el bueno de Robert haciendo en casa las tareas del hogar. Robert se había acomodado a aquella vida dulce y sencilla, en la que preparaba apple pies, muffins, ricas viandas a la plancha cocinadas con un chorrito de aceite de oliva y acompañadas de guisantes y zanahoria hervida. Cada día desayunaba, se duchaba, se acicalaba, despertaba a los niños, los bañaba, los vestía, les hacía el desayuno a ellos y a Glenda, Glenda se iba, él llevaba a los niños al cole, no sin antes darles un bocadillo de manteca de cacahuete envuelto en papel de aluminio, volvía a casa, hacía la colada, limpiaba, pasaba la aspiradora, fregaba, preparaba un puchero, comía con Glenda los días que ella podía, si no comía solo, lavaba los platos, sacaba el coche del garaje, iba a buscar a los niños al cole, volvía a casa, les daba de merendar, les ayudaba a hacer los deberes, veía con ellos un rato la televisión, a las 8.30 llamaba a Glenda y le contaba lo que habían hecho durante el día, acostaba a los niños, esperaba a Glenda, cenaban, le hacía un masaje en los pies, se sentaban en el sofá abrazados a ver la tele para no hablar entre ellos, subían a la habitación de matrimonio, Glenda se ponía el picardías sexy, encendía unas velitas, se perfumaba,  Robert se iba al lavabo a tomar unas pastillitas azules que le hizaban la bandera, se acostaba en la cama, apagaban la luz, hacían el amor, córrete rápido que hay que ir a dormir. Fundido a negro y así empezaba un nuevo día calcado al anterior.  Durante su agetreada vida de amo de casa tenía tiempo para el ocio y la evasión, cuando tenía un poco más de tiempo y quería socializarse y abrirse al mundo, que era un ratito todos los días, intercambiaba recetas con las vecinas, consejos de jardinería y conocimientos sobre pañales, papillas, ganchillo, corte y confección. La situación económica familiar, pese al despido de Robert y su nuevo rol de amo de casa, nunca mermó porque Glenda había conseguido poco a poco, y a base de mucho esfuerzo, montar dos locales de comida tradicional que hacía las delicias de las familias modélicas del suburbio donde vivían.

Como Glenda estaba muy ocupada todo el tiempo, Robert no encontraba trabajo y le gustaba tanto su nueva vida llena de placeres, emoción y ambiente relajado, decidió hacerse cargo de las tareas de su casa y no dedicarse a la ingeniería más. Él orgulloso decía a todo el mundo que era su decisión. Bien meditada. Decisión derivada de una toma conciencia bien madurada. Tomó la decisión el 16 de Octubre de 1963 hasta el día 24 de Mayo de 1968, día en el que se suicidó.

Pero todo suicida siempre tiene un motivo para decir que se acabó lo que se daba. Y Robert dejó bien claros sus motivos escritos en una carta, pero como es tarde se lo explicaré en el capítulo de mañana.

Give me money, honey

 Dame dinero, soy bonita.
Dame dinero, abro la boquita, pongo el culo en pompa,
me vuelvo medio loca...

Dame dinero, soy bonita.
Si no lo haces me iré de casita,
Me venderé en esa esquinita.

Dame dinero de tu cuenta corriente,
No me mientas, que no te seguiré la corriente.

Dame dinero para irme a gastarlo
Si no me dará por investigar y denunciarlo.


Dame dinero, soy bonita, amenázame con ese fusil porque voy a abrir la boquita.

Unos días concretos de tercera década del siglo XIX la abuela Gina le cantaba cada tarde a Arlene la misma canción en el porche de su casa en Rockville, Mississipi mientras saboreaban una rica limonada y los trabajadores de la plantación flagelaban a los negros para que trabajaran más duro.  Ese era el pan nuestro de cada día de los otros negros, la abuela Gina, como se ocupaba de Arlene, siempre tuvo privilegios.

La abuela siempre le preguntaba a Arlene si le gustaba la canción infantil que se había inventado. A Arlene no le gustaba, es más, le parecía de lo más desagradable, porque no hablaba ni de animales en dificultades, ni de granjeros, ni de números, ni de partes del cuerpo. Hablaba de algo que no sabía qué era ni se lo podía ni llegar a imaginar. Dame dinero, soy bonita. Pensaba que era la frase más estúpida que se podía decir, algo parecido a "dame en la rodilla, verás cómo salta la pantorrilla". Es evidente que si no eres guapa no te dan dinero, y si eres guapa no lo tienes que pedir, porque te lo dan para que estés todavía más guapa. ¿Qué tontería de canción es esa?. Pero como Arlene adoraba a la abuela Gina siempre le decía que sí.

Unos días concretosa principios del S.XX en Liverpool Johanne cantaba en el telar donde trabajaba de lunes a domingo cuando no estaba cerca el supervisor ante la mirada atónita de sus compañeras la siguiente canción.

Dame dinero, soy bonita,
En este buzón dejo mi papelita,

Dame dinero, soy bonita,
Iguálame las condiciones de trabajo y se callará esta boquita.




Hace unos días en Chatêau Voltaire Juliette trareba una canción mientras se embutía, no sin gran esfuerzo, dentro de una faja de cuerpo entero para esconder los estragos de un embarazo. Pese a que la gestación ya era lejana y el retoño ya casi andaba, el cuerpo de Juliette todavía se empeñaba en gritar al mundo que había estado presente en su cuerpo. Juliette lo odiaba.

Juliette era la esposa de un conocido cirujano plástico que hacía milagros en todos los cuerpos menos en el suyo. Juliette siempre le preguntaba a su marido que por qué no la operaba a ella y le devolvía aquella figura que ella entendía que era la que se ajustaba a lo que debía ser su cuerpo, no aquella que se había empeñado en esculpirle la maternidad.  Jacques siempre le respondía que a él le gustaba como era, que no tenía que someterse a ninguna lipoescultura, que ella era diferente, no era como sus pacientes. Le decía que si la moldeaba sería una más, sería como todo aquel desfiladero de mujeres homogéneas que no se distinguían unas de las otras a excepción de por los datos de sus cuentas corrientes. Las cuentas sí que eran diferentes, unas más abultadas, otras más escasas, pero sus cuerpos no. Sólo se distinguían por su cuenta corriente. Pero sus cabezas no. Porque según Jacques cuando moldeas el cuerpo de alguien también estás modificando su cerebro, es una especie de cirugía no invasiva que se opera desde un lugar diferente del cuerpo, pero que modula la estructura cerebral.


Juliette después de dejar a Pierre, su hijo en la guardería americana, volvía a su coche, arrancaba y se iba en volandas al centro de la ciudad. Aparcaba en la zona azul, sacaba una bolsa donde guardaba harapos y maquillaje y se travestía de indigente.

Recorría toda la avenida De Gaulle hasta plantarse delante del cajero que está al lado de la bombonería Saint Michel donde se sentaba junto a una gorrita y cantaba una canción que la liberaría de su cuerpo moneda a moneda.

Dame dinero, soy bonita.
Dame dinero, abro la boquita, pongo el culo en pompa,
me vuelvo medio loca...

Dame dinero, soy bonita.
Si no lo haces triste estará esta tripita.

Dame dinero, soy bonita
Dame algo para realzar esta tetita.

Dame dinero, aunque no lo parezca soy bonita
Sólo necesito una ayudita.

Dame dinero, seré bonita,
Para ser feliz sólo necesito un poco de cirugía.

Dame dinero, seré bonita
Volveré a ser quien era y me callaré la boquita. 

lunes, septiembre 09, 2013

La ley de las flechas que se pierden

Siempre que disparas tienes que medir la trayectoria de la bala. No puedes disparar impulsivamente. Ese es el primer error.  Tienes que calcular la distancia desde la punta del cañón hasta el objetivo. Tienes que calcular la velocidad de la bala en función del arma. Debes  tener en cuenta el calibre, el ángulo de desviación, los nervios e incluso como viene el viento. No puedes disparar impulsivamente. Disparar es algo muy serio. Y no se puede fallar.  No puedes. Porque si no lo haces bien el único responsable de no dar en el blanco y de joderte el brazo y el pecho a la altura del corazón serás tú. Cuando dispares tienes que calcular  dónde está el adversario, predecir sus movimientos, calcular todos los factores que puedan influir en el disparo, entre ellos, a parte del espacio y de las características del arma, también el tiempo. Pero lo más importante, a lo que más debes prestar tu atención es a tu adversario. Debes observar antes de, incluso antes de que empiece a pasarte por la cabeza la idea de dispararle, en cuál  es su actitud, si se merece o no un tiro certero. Y cuando decidas disparar, si has observado bien y quieres darle, sólo tu estupidez te hará fracasar. Recuérdalo. También tu estupidez es la que te hará equivocarte de blanco.  Siempre ha sido así, si una bala falla, sin duda, el error será humano. Tuyo. De nadie más.



Pegar tiros es una gran responsabilidad. Aquí todo el mundo se cree que porque tiene un arma, un dedo y un par de cojones, o dos dedos de frente menos, puede disparar. La pena es que desgraciadamente las pistolas son algo muy democrático. Todo el mundo las puede tener, pero pocos las saben manejar. Por eso si no estás preparado para tener un arma no compres un arma, amigo.  No seas tonto y no te metas en berenjenales de los que no podrás salir bien parado. No porque te disparen, porque no te dispararán, los buenos adversarios no disparan nunca. Permiten que tu gilipollez sea la que te mate. ¡¡¡Bang!!! Aunque si eres estúpido, amigo, ya estás muerto.

Lo peor es cuando tu adversario es una mujer. Aunque lleves metralla hasta en los dientes, ella sin ni siquiera desenfundar te habrá desarmado.  No todas, pero las más peligrosas sí, esas nunca se olvidan amigo, siempre están aquí, en tu cabeza. Tú piensas que las tienes en la punta de la polla, pero están incrustadas como una puta garrapata en la cabeza, chupando tu sangre, comiéndose tu alma, sin ni siquiera pretenderlo porque ellas no querrán hacerlo. En realidad si te consumen hasta la médula será producto de tu propia estupidez, no las culpes. Con las mujeres como adversarias ya puedes tener una nueve milímetros, una recortada o un bazoca, que entonces será lo mismo que tengas o no tengas arma. Dispares o no estarás jodido.  Y si ella es lista entonces morderás polvo, te cagarás en el suelo mientras agonizas y serás tú quien llame al enterrador y elija el puto ataúd de pino para meterte bajo tierra y que no te vean más de la puta vergüenza que te dará ver que no eres más que un hijo de puta gilipollas. 

Ojo, es importante. Tu adversaria te estará observando desde mucho antes de que tú te des cuenta de que será tu próximo blanco. Eso es lo que tú creerás, que es tu blanco.  Llevan ventaja amigo, debes contar con ello. Y si eres un panoli, que tienes cara de panoli, de esto no tienes ni puta idea. Pero es importante, es de lo más importante.  Abre las putas orejas y escúchame, que me has caído bien, chaval. Para disparar a alguien y tirarlo a tierra tienes que saber como mínimo cómo actúa una especie de retrato robot mental suyo, algo genérico, tampoco tienes que profundizar porque no tendrás tiempo. Pero tienes que, más o menos, saber contra quién coño te enfrentas.  Y más te vale que empieces a entender cómo funciona la cabeza de esas perras hijas de Satanás. Porque son muy listas, y aunque por suerte no todas son listas, más bien pocas en el fondo, por desgracia amigo, hasta las tontas, que son la mayoría, son más listas que tú. O tienen más suerte que tú. No hay opción. Será porque ellas nos vuelven locos y es imposible resistirse. Pero cuando te toca una lista, mierda amigo, cuando te toca una adversaria lista y voluptuosa, me cago en Dios, eso es peor que una condena eterna en el puto Infierno. Y cuando tú mismo te condenas no tienes nada que hacer. Porque puedes resistirte, amigo, pero los gilipollas como tú no tenéis ni pelotas ni cerebro.  Con las tías listas tú no tienes prácticamente... No tienes nada que hacer. Pero óyeme bien,  el secreto es que a las listas también se les puede dar bien, ¡Bum! y las pelas.  Por eso observa, mira, ten ojos hasta en el culo, amigo. Aprende.   Procesa lo que vea hasta tu ojete, lo que escuchen los oídos, lo que vean tus ojos, lo que sienta tu piel, aprende hasta de lo que veas que nota tu puto perro cuando se pone a ladrar. Hay muchos tipos de ladridos. Cada puto ladrido de tu perro quiere decir algo concreto, ese es su lenguaje, su sistema de comunicación, lo tienes que entender como si fuera tu jodida lengua materna. Aprende de todo lo que veas, estate atento, porque si no no tendrás nada que hacer.  Si no lo haces, a tu adversaria, aunque la dispares con una automática, ni la rozarás. Y lo que es peor, tú sin darte cuenta habrás hecho una ruleta rusa con tu cabeza. Y tu puta cabeza estará rota en mil pedazos, los coágulos pegados en las paredes, tu cerebro desparramado en el techo y tú ni lo notarás. Te quedarás con la cara de idiota mirando al cañón pensando en que le has dado de pleno. Imbécil. Te pongo un poco más de hielo.  Y a esa, a esa la estás mirando. A esa la quieres disparar. No lo hagas, no lo hagas porque esa te va a matar. Esa es lista y está buena, esa es un puto peligro. Mírala, observala. Lo que pasa es que esa zorra al menos es educada. Y tiene clase, a parte de unas tetas de cojones y unos ojos espectaculares. La única diferencia significativa respecto a otras es que esta al menos es buena gente, siente compasión, pero si te tiene que matar, no lo olvides, te matará.  Aprovéchate de su compasión, es tu única vía de escape, lo que te salvará antes de que la dispares. Y por tus putos ojos y por esa puta mirada con la que la acaricias me está diciendo que ya estás muerto, cabrón. No dispares, ni se te ocurra disparar. Vete, sal corriendo de este bar. Paga tu whisky y el suyo y sal corriendo ya. Aunque te pregunte que qué te pasa, no dudes ni un solo segundo, vete de putas, vete a casa, mátate a pajas, llama a tu ex y fóllatela, pero no escuches su puto canto de sirena cuando te pregunte -¿Qué te pasa? ¿Algo va mal? ¿Estás bien?-. Joder, tápate los oídos sobre todo cuando intuyas que te va a preguntar si estás bien, porque sin rozar la pistola ya te habrá disparado.  No me mires así, no me mires así, porque ella ya ha disparado y no te has dado ni cuenta. La llevo observando toda la noche, ¿Ves? Es lo que te decía antes, las tienes que observar antes de disparar. Como te he visto cara de buen tío sabía que vendrías a pedir una copa para ella y otra para tí y te quería ayudar. Poner copas en un bar desde hace 30 años te da la posibilidad de entender cómo funciona el mundo. Es muy sencillo. Al mundo lo mueve la ley de causa y efecto. Porque no existe el caos. Olvídate. El caos sólo existe en las cabezas porque el mundo tiene un orden, es una melodía en la que cada puta nota está donde tiene que estar, y es la melodía más bonita del Universo. Pero pocos la podemos oír, porque el mundo tiene música sólo para los que escuchan. Y a tí te ensordece tu estupidez.  Unas veces es una melodía en La menor y otras en Si Mayor. Que la escala sea menor o mayor es lo que marca si la historia será un puto drama o una jodida triunfada. Y a esa no la vas ni a rozar. Ella ya disparó en otra dirección, no sé cuándo ni dónde. Pero créeme, disparó. Es evidente que ni te lo ha dicho, ni te lo figuras, ni tienes puta idea porque tu gran error es que sólo estás pendiente de tu pistola. Error. La llevo mirando toda la noche, como para no mirarla, sería gilipollas si no la mirase y te digo una cosa, quizás su bala se perdió, pero es lista, y por eso está aquí contigo. No porque seas el adversario con el que quiere batirse en duelo. Para ella la vida sigue adelante, entiende cómo funciona la sinfonía del universo y baila dejándose llevar por su ritmo, esa es de las jodidamente listas.  Las mujeres vayan a disparar o no siempre tienen que tener un jodido adversario delante. No sé si la bala que disparó y falló la mató o salió malherida o la revivó. Pero corre, chaval, corre, lárgate de aquí, te invito yo. Nunca, nunca, nunca, de ahora en adelante, se te ocurra disparar a una tipa que haya disparado antes que tú hacia una dirección en la que, evidentemente, no estabas colocado tú. Porque aún y así,  aunque tú no estuvieras en esa trayectoria, su bala te mataría.

 

jueves, septiembre 05, 2013

Volver a empezar.

No sé, he pensado que te tengo que retomar, que dar una oportunidad. Te volveré a utilizar para contar historias, para ponerte voces, para que vuelvas a tener voz. Ha sido mucho el tiempo que te he tenido abandonado, no tenía ganas ni luz, ni corazón para sujetarte entre mis manos. Te sacaré el polvo, te barnizaré y te lavaré el gorrito y la ropita. Y volveremos a jugar juntos fantaseando historias que tengan un final, pero el tuyo y el mío de momento, hasta próximo aviso será feliz.  Te lo digo ab imo pectore.  Hazme caso.