miércoles, noviembre 26, 2008

Corre, corre cartero.....



Algunas noches, muy de mes en mes escribo cartas sin destinatario. Las escribo, pongo letra por letra aquello que pienso que si no escribo sobre papel me acabará provocando una úlcera y cuando acabo de vomitar por la mano todo lo que rechazo pulverizo un poco de perfume en ellas. Doblo las hojas cuidadosamente para luego deslizarlas suavemente por dentro del sobre para que no se arruguen. Saco la lengua. Paseo la lengüeta del sobre por ella. Sabe amargo, a limón podrido. Le doy la vuelta al sobre una vez pegada la lengüeta, lo apoyo sobre la mesa o sobre la cama y cuidadosamente paso la mano por encima para cerrarlo bien. No tiene que quedar ninguna arruga, por eso lo acaricio una vez y dos y tres, hasta que el sobre queda perfecto.

Me gustaría que el sobre fuera de color, así sería más facil escribir el remitente, pero siempre me olvido de comprar sobres de colores y tengo que enfundar mis cartas en sobres que parecen hechos de cal. Cuando veo un sobre blanco impoluto sin una arruga no tengo coraje para escriir nada, es algo virgen y puro a lo que no le quiero robar la esencia, pienso que no tengo derecho a robarle nada, porque yo cuando cojo algo inevitablemente me voy, antes de saber respuestas no quedan de mí ni las huellas. Y escribiría si no tuviera decoro porque me sé tu dirección. Pero no me atrevo, en realidad no es por el sobre, es porque no me atrevo.
Me sé tu dirección de memoria y sabría ir incluso con los ojos cerrados, como si fuera una ciega que no necesita palo para llegar a tu casa. Me encantaría que exisitera una sustancia no adictiva que cambiara las cosas de color, que suavizara la percepción y que aplaudiera y abriera la puerta al autoengaño que no acaba desengañando- ese que no existe-. A veces esas mismas noches que pasan de mucho en mucho en las que escribo cartas me gustaría deslizarme por las calles con el sobre de la carta que te escribo pero que no tiene remitente ni destinatario aprisionado entre la falda y la cintura, como si fuera una carta secreta que nadie más puede abrir para acabar en tu portal. Cuando llegara miraría tras el cristal de la puerta como una contraespía de la guerra fría que intenta asegurarse de que nadie la ha seguido y de que nadie conoce su cometido. Dejaría en tu buzón alguna de las cartas, esa misma, la apretujada por la cintura de la falda, da igual de qué mes y da igual de qué año. Aunque pensándolo bien sería mejor que la pasara por debajo de la puerta de tu casa, pues es parecido a la idea de matar con un puñal o matar con una escopeta. Matar con una escopeta es algo impersonal, matar con un puñal implica una relación personal entre el asesino y la víctima: hay una relación más ínitima y estrecha.... el acercamiento físico del criminal a la vícitima generalmente responde a una cercanía real y emocional, aunque no sea ésta última muy positiva. Te tendría que deslizar la carta bajo la puerta de tu casa- querría decir que me importas más porque he estado más cerca de tí, y por consiguiente de la posibilidad de que me pilles con las manos en la masa- pero no me atrevería y la dejaría en el buzón. No me atrevería por no darte explicacinoes como que en mi corazón no haya guardada con una indicación que lleva tu nombre una parcela más o menos grande y me dé vergüenza que lo descubras, porque desgraciadamente es así. Entre otras cosas de eso escribo en mis cartas: soy incapaz de amar.

Luego me iría.


Siempre me voy, aunque sepa que sólo estás a cinco paradas de mi casa sin hacer trasbordo, sin cambiar de línea. En la línea verde (esperanza, vaya ironía). Me gustaría ir con mi carta, ser yo la carta, pero dudo que la supieras interpretar ni que yo me supiera explicar. De eso de lo que hace tiempo hablabas que tiene que ser un feedback yo no puedo dar. Los sobres de colores son mejores para escribir remitente y ojalá existiera esa panacea que cambia los colores y los sabores para olvidarme de aquel día en el que te dije cegada por el fuego de la rabia que para mí eras como la puta del pueblo en el pajar, esa a la que todo el mundo suelta los ligueros y le baja las bragas. En parte era un poquitín verdad. Hay cosas que me cuesta explicar. Da pena escribir destinatario en los sobres blancos que has cerrado con tanto cuidado.

Escribo y escribo cartas con sobres en los que no pone nada y sin embargo, no sé por qué siempre espero una respuesta que nunca llega. Es como si fuera una de esas casamenteras de años de guerra que espera una carta de su prometido que está en el frente, pero yo sé que no viene ni del frente ni del lado, que no viene, que no ha venido ni que vendrá... pero psssss es mi secreto.

Espero respuestas, pienso en respuestas, quiero recibir las respuestas cazadas del aire, del mismo al que yo lanzo preguntas para las que nunca hallo nada, porque no sé por dónde empezar a investigar y me gustaría que me facilitaras las respuestas. Porque soy egoísta y a medida que se me ha ido apagando el espíritu me he transformado en una vaga y quiero revolverme entre las sábanas mientras vas a atrapar todo lo que anhelo con el cazamariposas. Y entonces yo sería la cazadora cazada, pero el guante ya está echado. Pienso que no es que no tenga capacidad para amar, es que je n'ai pas des forces pour aimer... y pido un esfuerzo que sé que no tengo derecho a pedir... eso igual también lo escribí en una carta, je ne me souviens pas.


Algún día llegarán las respuestas, pero me canso de esperar. Siento como si tus cartas se me devolvieran como la más amarga indiferencia en forma de puños que salen de paquetes de mensajería. Me gustaría que me enviaras un sobre con algo dentro que no me hiciera sentir frío, que rompiera la escarcha que escala día a día por las paredes y los cristales de las ventanas de mi casa y que poco a poco se van convirtiendo en los muros de una prisión de hielo. Aunque me pegue el calefactor a la nariz en las noches de invierno nunca consigo quitarme de encima ese frío que me hiela. Porque me hiela no tener respuestas. Y no te pido respuestas de amor. Esas no son las que me hacen sentir frío. No quiero que me des respuestas de amor, no quiero palabras de amor, de esas que dicen en los culebrones, que con eso ya hay suficiente, je ne crois pas en ça, no quiero nada, pero quiero algo de tí. Guardo la infantil esperanza de que me sirvas por un momento de manta para abrigarme y volver a sentir el calor un ratito. No me llegan cartas. Me hablas pero no me escribes, y yo quiero cartas.

Espero que alguna noche de esas en que no pueda dormir y fantaseo con esa sustancia que espero que alguien invente que hace que todo cambie me llegase una carta sin remitente que oliera a tí y que me dijera que mirase por la ventana, y al mirar no ver nada más que el sonido de los ronroneos. Porque hay lenguas que suenan como ronroneos, y la tuya, glutural, ronronea y maúlla grgrgrgrgr... Tú maúllarías, petit chat châtain. Esa noche bajaría por la hiedra y saltaría sobre la hierba. Saldríamos corriendo acompañados por el viruji de la noche a hacer rebotar piedras al río, a afilarnos las uñas en las cortezas de los árboles, a descubrir cuevas inexploradas en lo alto de la montaña y a juguetear con un ratón muerto. Nos perderíamos por la montaña saltando entre árboles, tejiendo asustados sueños, pero con la tranquilidad que da perderse y sobrepasar el miedo con un compañero con el que el miedo provoca risa y que te ronronea.



Foto de Nan Goldin


Y sigo escribiendo cartas que no llegan a ningún destino mientras fantaseo con que un día exista algo que conduzca a un coma emocional voluntario. Y sigo abriendo la puerta al cartero que sólo me trae cartas con facturas dentro. Fantaseando en que pronto inventen esa sustancia porque ultimamente pienso que será más fácil que la inventen que que me llegue una carta remitida a mi nombre que al abrirse provoque el incicio del deshielo.




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