sábado, enero 13, 2007

IRENE


A Irene la encontraron en una habitación de un hostal cerca de las Ramblas. El día antes había quedado con Ernesto para acabar de repartir las cosas y para decirse definitivamente adiós. Se puso su vestido negro y sus zapatos rojos de lunares blancos y se echó a la calle. Aquella noche Ernesto la halagó, la trató como una reina, con mucha delicadeza –no la llamó puta – hacía mucho tiempo que no pasaba eso, Irene estaba maravillada y deslumbrada. Esa noche recordó cómo eran las cosas al principio, sintió un calor amable, había echado tanto de menos esa sensación que no quería ni podía salir de donde se encontraba esa noche, había echado de menos tanto esa sensación... Ernesto le dio cava, bailó con ella, la besó y le dio un largo abrazo que los hizo fundirse en uno. La fiebre de la pasión y el cosquilleo de la ternura arrastraron a Irene a dejarse llevar a un lugar que está muy lejos, a ese lugar del que se había sentido desterrada desde hacía casi una eternidad.

A la mañana siguiente una mano llamó a la puerta. Nadie respondió. Una llave de entre las muchas de un llavero abrió la puerta. Detrás de la puerta encontraron a Irene en la cama. Una muchacha de la limpieza dijo-¿Señorita?. Irene no respondió ni tampoco respiraba. Irene yacía desnuda sin braguitas, con las medias rotas y con el sujetador puesto. Se dibujaba una leve sonrisa en su cara. Tenía sangre en la vagina, la habían penetrado con un cuchillo.

La puerta del baño se abrió. Allí volaba Ernesto. Ernesto pendía del aire vestido de traje, de corbata tenía una cuerda que manaba del teléfono de la ducha y su última alegría se dibujaba escondida tras los pantalones. Tampoco respiraba. Su semblante denotaba serenidad, ya había quedado en paz.

Fueron muchos a llorar a Irene. Gente afligida y gente que fingía; quién sabe. Hubo alguien en el velatorio que pensó que no era algo tan desmerecido lo que le había pasado a Irene- ese es el precio que se paga cuando se baila en la noche con extraños y se reparten besos a labios ajenos. No se puede ir por el mundo haciendo del alma un huracán y del cuerpo un torbellino en los brazos de quien no es el tuyo. Tendría que haberse quedado con Ernesto, aunque las cosas no fuesen como pensaba que serían, pero siempre va bien tener a alguien, así no estás solo. ¿Qué se pensaba que era el amor?-. Ese alguien castigaba entonces y en vida a Irene por lo mismo por lo que alababa a Ernesto. Irene no tenía el privilegio de disfrutar ni de su cuerpo ni de su razón, era algo reservado exclusivamente a Ernesto.

Ernesto y ese alguien nunca supieron que el aire a veces cuenta secretos. Ernesto era sordo, era ciego, disfrutaba del privilegio de disfrutar de su cuerpo pero no de su razón. Hay quien muere con el cerebro todavía precintado. Ese alguien también.

El aire que circulaba entre los que estaban sentados en el velatorio de Irene contó aquella tarde un secreto. Nadie lo escuchó. Y las cosas que no se escuchan, como las que no son vistas por nadie no existen, pero no es verdad. El aire aquella tarde dijo que el goce de la razón y de la pasión no entienden de nada, ni de sexo, ni de edad ni de nada. Se sienten y ya está, se necesitan y ya está, se quieren y ya está, se disfrutan y ya está.

Al abandonar el tanatorio otro alguien pensó en Irene y en su cabeza se dibujó una frase- Muerta la perra, muerta la rabia-.
A Irene la castigaron a dormir para siempre con quien resquebrajaba sus sueños cada noche, con quien tras amarse ya no era arropada para llegar al sueño- los objetos no necesitan de esas cosas- y con quien no quería dormir más en vida. De esta manera entró en el sueño eterno.

3 comentarios:

Lampidia dijo...

Qué duro Lola!! Es muy bueno pero demasiado duro para mi domingo. Yo quería regalaros un cuento en mi fotoló, jo, me has quitado la idea... :((( Feliz lo que queda de domingo!!!!

Lampidia dijo...

El compositor del país multicolor de la Abaja Maya se ha suicidado. Lo leí en 20minutos.es

Rafa Muñoz dijo...

Joder .. me ha puesto los pelos como escarpias, qué bueno .... pero qué bueno joder!