domingo, abril 17, 2011

La huída





Vas, vienes, corres y vuelves a ir. Subes, bajas, das media vuelta. Sales y vuelves a girar. Te muestras, pero te tapas la cara. Das un volantazo, esquivas una farola. También un peatón, aunque por un segundo has fantaseado con la idea de atropellarlo, jugar a ser Dios podría ser una experiencia maravillosa. Aunque un Dios sin reino tiene que pagar las consecuencias en ese infierno que está en la tierra: el talego. Pero te da igual, se ha convertido en tu casa. ¿Pero cascarte a alguien no sería un jari demasiado gordo? Luego seguro que te harías unas ollas de campeonato. ¿Tendría familia? ¿Le echarían de menos? Joder, ¿Cómo debe ser que te echen de menos? ¿Que te lloren? ¿Que te vayan a llevar flores?. Pum, una acera, me cago en la puta, las hacen con mala hostia. Acaba de reventar la cámara de la rueda izquierda del coche, joder, cuando se huye no se piensa, coño. Mierda, encima no le queda casi caldo, y la sirena cada vez está más cerca. Sal, corre por la avenida, saca la pipa, amenaza, grita, sé un indio cherokee. Corre, corre, quítate la chaqueta, avanza una pierna, luego otra, respira rápido, siente que estás volando. Joder, cómo mola sentirse libre. Nota cómo la gente se aparta a tu alrededor, siente cómo vas subiendo, cómo la adrenalina electrifica cada una de las células de tu cuerpo. Cómo la gente te mira, cómo en este mismo segundo eres importante y la gente no te mira con cara de pena, sino con caretos de miedo. Eso es el respeto. Siéntente respetado, siéntete vivo a medida que caminas hacia tu propia muerte. El sudor cae como largos ríos que abocan en tus ojos. Te pican tanto que casi no puedes ni ver. Te apartas el sudor, pero no para de filtrarse y de arrastrarse frente abajo hacia tus ojos, joder, mierda de sudor, tortura tus ojos para que no veas. Tu cuerpo es tu peor enemigo. Intenta secarte mientras golpeas cada vez más fuerte con los pies en el alquitrán, que ahora se ha convertido en el polvo seco de un descampado lleno de basura y ratas. Corre, corre, gira hacia la izquierda, ahora hacia la derecha. No hagas caso a los gritos que oyes por detrás. Corre en zig-zag, escóndete como una culebrilla. Las gacelas corren en zig-zag, también los conejos para que no los alcancen los depredadores. Nunca hay que huir en línea recta, regla número 1, que pareces tonto. Corre así, culebrilla, corre, corre, corre. Mierda. Has pisado una loneta que debió cubrir un camión de melones. Te has resbalado, tus pies se han alejado del suelo, ahora sí que estás volando. Parece que tu cuerpo no pesa nada. Bajas la guardia contra el sudor de la frente que aprovecha para contraatacar en el momento menos indicado. No ves nada, no sabes dónde vas a aterrizar. Piensas en el peatón, te lo tendrías que haber cargado. Joder, igual le alegras la vida a alguien y haces renacer algo en el corazón de los que le rodean. A lo mejor pasan de su cara, es un puto viejo. Cuando uno muere sea como haya sido todo el mundo le quiere y le echa de menos. Se alarga el momento en suspensión. Las voces se acercan, tienes que pisar el suelo y continuar la huída. Parece que empiezas a descender, efectivamente, desciendes. Estás aterrizando, pero antes de que tus pies toquen el suelo y vuelvas a batir las piernas algo se clava en tu estómago. Acabas de empalarte con un palé de construcción con el que habían hecho una hoguera. Parece de coña, tío, con lo que tú habías sido. Aquí ya sí que se acabó.

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