viernes, enero 27, 2006

CUANDO EL AGUA HABLÓ A LUPITA



Érase una vez una niña que se llamaba Lupita. Lupita caminaba descalza por los caminitos llenos de polvo de un conjunto de chabolas del extrarradio de México D.F cargando con una mochila llena de piedras que nadie podía ver, sólo ella, y sólo ella soportaba el peso de aquella talega que más tarde la fue enterrando poquito a poquito en el suelo.
En la mochila de Lupita habían muchas piedrecitas, que según las circunstancias de la vida iban cambiando de peso: dentro se hallaba la piedra de la autoestima, la piedra de la esperanza, las piedras de los diferentes tipos de amor, la piedra de la tristeza, la piedra de la alegría, y así hasta alcanzar un número tan grande que no podría contar con sus deditos.
A medida que iba pasando el tiempo e iban sucediéndose los acontecimientos de su vida las piedras iban cambiando sus dimensiones y sus pesos. Hubo un tiempo en que las piedras eran muy ligeras y en aquel momento ella iba contenta por las calles cantando canciones y vendiendo el maíz en su parada ambulante impregnando de un halo de bienestar a cada persona que se le paraba delante para comprarle comida. Se fue corriendo la voz de que el maíz de Lupita era mágico y que conducía a quien lo comía a la felicidad más grande que uno pudiese imaginar. Lupita con su mochila ligera vendía y vendía y daba y daba alegría a todo aquel que cambiaba sus pesos por maíz de su parada.
Poquito a poquito la historia de Lupita se fue extendiendo por la ciudad y a su parada acudía un sinfín de gente de todos los rincones de aquella jungla de casas y edificios para comprar un poco de aquel 'maíz de la felicidad'. Un día, un renacuajo de una charca, impresionado por la leyenda de Lupita fue a comprar maíz. El renacuajo se sentía muy triste y perdido en la profunda soledad de la charca y acudió a ella para buscar algo en su maíz que le devolviera esa alegría que notaba que se había escapado mucho tiempo atrás. Ya desde el primer bocado el renacuajo notó un cosquilleo electrificante que iba y venía desde su cabeza hasta su colita pasando por sus proyectos de anquitas. El renacuajo no dijo nada y volvió a su charquita pensando en lo que le había sucedido con el maíz de Lupita. Ella, tras cerrar su parada volviendo a casa por los senderos polvorientos pensó en aquel renacuajo de mirada triste y acuosa y le inspiró una gran ternura. Pasaron los días y el renacuajo volvía y Lupita le vendía el maíz. Cada día sucedía lo mismo, pero sólo se hablaban en silencio. Poquito a poco Lupita fue apartando muchas cosas de su pensamiento y cada vez estaba más y más presente el renacuajo. Mientras esto sucedía su mochila cada vez pesaba más, pero ella no se daba cuenta, porque el peso aumentaba sigilosamente, de la misma manera en que las sombras de la noche entran en las habitaciones de los bebés, era incapaz de detectar que cada vez una piedra se iba haciendo más y más grande y que cada vez le costaba más y más caminar. Un buen día, el renacuajo acudió a la parada de Lupita cuando ella estaba cerrando a comprar maíz. Ella esta vez se lo regaló y nunca nadie supo por qué, pero se fue a la charca con el renacuajo y su mochila a cuestas. Lupita al día siguiente no montó su parada, ni al otro, ni al otro... y así durante muchos días.
La gente se preguntaba dónde estaba la niña pues necesitaban ese maíz de la alegría y deambulaban tristes por las calles de su barrio buscándola sin resultado alguno. Mientras, Lupita estaba en el estanque disfrutando con el fenacuajo, se pasaban todo el día jugando y riendo y pasándoselo bien mientras chapoteaban alegres en la orilla. No necesitaban nada más, Lupita y el renacuajo sentían que lo tenían todo y que se habían puesto el mundo por montera y que lo que ellos tenían era intocable por nada ni por nadie. pero en la mochila de Lupita la piedra seguía creciendo y creciendo y sus piececitos poquito a poquito se iban enterrando en el barro hasta que un día se encontró en el fondo de la charca riendo con el renacuajo. Ella era feliz, nunca había experimentado una explosión tan grande de los sentidos y de las emociones así que no se percató de que vivía dentro del agua, en un medio que no era el suyo, pero qué importaba. Creía que lo tenía todo. De repente una mañana el renacuajo desapareció; pasaron los días y las noches y Lupita lo llamaba y lo buscaba dentro de la charca pero ni hallaba respuesta ni lo encontraba. Lupita quiso nadar hacia la superficie pero no podía porque la piedra gorda de su mochila no la dejaba subir.
Una tarde llegó una rana a la charca y le dijo que la quería mucho y ella no entendía nada porque era una completa desconocida. La rana le dijo que era el renacuajo y ella no se lo creyó y justo en ese momento notó el peso de la piedra. La rana le preguntó si la quería y ella no contestó. La ranita le dijo que por favor,le diera una respuesta, que ella le quería igual, pero también era verdad que ya no era un renacuajo, sino una rana y que ya las cosas eran diferentes. Ella intentó jugar y reír con la rana pero cada vez la mochila pesaba más y más y cada vez estaba más y más triste. La charca ya no era ese Paraíso y se había metamorfoseado casi en un infierno, así que un buen día percibió que aquello que la mantenía en la charca era esa gorda piedra. El agua le habló y le dijo que si no era feliz en la charca que tirara la piedra por mucho que le doliera y que volviera a la tierra, su medio natural. Lupita en un principio no quiso porque todavía tenía presente el recuerdo del renacuajo, pero en aquella profundidad ya no podía reír sino llorar, así que cogió la piedra la lanzó con todas sus fuerzas y rápidamente volvió a la superficie. Cuando volvió a notar el aire acariciar su cara y volvió a respirar se sintió otra vez feliz.

ESPERO QUE OS GUSTE ESTE CUENTO QUE ACABO DE IMPROVISAR.

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