jueves, abril 22, 2010

La poca concentración y el cielo de Madrid





Esta semana está siendo mortalmente aburrida. Se me escapa el tiempo de las manos y la faena se amontona sobre la mesa. Puede que hoy tenga algo más de suerte y me visite la inspiración divina. Mi sobrina ha aprendido a dar la vuelta a las páginas de los libros. El tiempo pasa volando. Cada día aprende algo nuevo, hace algo nuevo, descubre algo nuevo. Se pasa la mayor parte del día con los ojos como platos descubriendo un millón de cosas cada segundo. Sin embargo el tiempo para mí cobra una dimensión distinta. Unas veces me parece que pasa muuuy deprisa. Otras me da la sensación de que pasa muy despacio, espacios durante los que no me entretengo en descubrir cosas nuevas porque casi nada, ni viejo ni nuevo me interesa. A veces tengo la sensación de que por más tiempo que pase no pasa nada, pero sé que es mentira. Siempre pasa algo. Sé que suceden muchas cosas mientras creo que el tiempo está en suspensión, como congelado, perdido en una dimensión que no es la suya. Creo entender que no está aquí el tiempo, que está allí. Allí, en esa dimensión el tiempo está asustado, tanto que se ha paralizado y vive congelado esperando un rayo de sol. Frotándose las manos para entrar en calor. Soplándose los nudillos para volver a tener algo de sensibilidad en la piel. Tapándose con una manta de lana para desentumecerse. Comiendo turrón de guirlache y fumando un habano. Dibujando arabescos en el aire, en el cielo, en la vía lácte. Él sabe que sólo entrará en descongelación en algún momento. Pero ese momento es incierto; podría ser hoy, mañana o vete a saber cuándo.... qué putada ser el tiempo y esperar a que pase el tiempo. Y allí en lo alto, en un lugar al que no pertenece sigue el tiempo, soplándose los nudillos, en un lugar en el que no pasa nada pero desde el que se ve el cielo de Madrid, que desde hace unas horas luce con una extraña calidez.

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